Cada vez que prendía la luz del baño, en su nuevo departamento, se prendía automáticamente el ruidoso extractor de aire. No era tanto el metálico ronroneo en sí lo que le molestaba, sino el que éste tapara las voces de la mujer del piso de arriba, reduciéndola a ininteligibles murmullos. A su pesar, siempre había sido curioso.
¿Cómo iba a saber que lo que oía no eran sus vecinos, sino los lamentos de la propietaria anterior, cuyo cuerpo yacía oculto sobre el cielo raso?
Pronto lo descubriría.
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